Lo crudo de la belleza en las celdas rosas de Silvia Arvizu

“…las paredes están completamente llenas de historias…
estar ahí de noche es como leer muchos libros.
Cada pedazo de pared dibuja una vida.”

Cuento El Hoyo, tomado de Las celdas rosas
de Sylvia Arvizu

Por Martín Salas

En Las celdas rosas Sylvia Arvizu es una voz que habla por aquellas gargantas ya afónicas y sin eco. La estridencia de su palabra tiene raices en muchos silencios, en ahogados auxilios, en seres invisibles para el ciudadano promedio. La autora retrata desde el exilio social que supone el inframundo carcelario el enjaulamiento de la carne, el encierro de la femineidad. Si es difícil ser mujer andando en “la libre” imaginen ahora ejercerse como tal bajo el peso del metal y del concreto. Es un trabajo donde se sufre y cuyo costo es la sangre, el sudor y las calamidades, y aun más que eso, cuesta fe, esperanza en el mañana. Se requiere mucho valor para caminar por los pasillos de la prisión femenil viendo hacia adelante, hacia ese ansiado futuro mejor.

Los breves relatos presentados en Las celdas rosas (Ed. ISC-Nitro Press) nos sumergen en las inmensidades de minúsculas existencias que en conjunto conforman la grandeza de esa comunidad de parias que son los reclusorios. Cada título, cada vida enmarcada en estas páginas es una pieza del gran rompecabezas conocido como “la pinta”. Un tiempo espacio tan sólido, tan tangible, y a la vez tan imperceptible para buena parte de la población. “La pinta”, tan fuera de las conversaciones y al mismo tiempo tan cotidiana. Desde afuera, desde la libertad tal lugar no tiene trascendencia. Desde una mirada interiorizada, desde el ojo curioso de alguien como Sylvia, se revela una planicie llena de vida, llena de color a pesar de la opacidad de las gruesas paredes, un jardín poblado por flores radiantes, bellas de tanto padecer.

Cada párrafo que compone este trabajo da muestra de una tempestad individual. Una tempestad que está ahí para anunciar la calma, la seguridad que trae consigo el amor al prójimo, a los hijos e hijas, madres y padres, amigos y amigas, sin dejar de lado a las compañeras de celda aquí descritas, quienes a aún con sus delitos son también madres y padres, hijos e hijas, nietos y nietas. La vida de cualquiera pudo ser descrita en líneas de palabras que estructuran estas historias. Un remolino de sensaciones, lágrimas, risas, frustraciones, alegrías se desprenden de los títulos de Las celdas rosas. Lo que se cuenta en sus páginas tiene carácter universal. En cada texto podría verse cualquier persona de cualquier edad, religión, visión política, estatus social o aparato reproductor. Cualquiera encuentra un pedazo de sí mismo en la pluma rosa de Sylvia.

Hay que enfatizar la habilidad escritural de Sylvia, un estilo de redactar sencillo y accesible para cualquier curioso pero no por ello carente de profundidad, de reflexión. Obras como esta funcionan como espejos sociales que hacen al lector encarar realidades latentes. Esta colección de crónicas es para aquellos y aquellas que busquen en la literatura algo más que fantasía. En él, el mundo se revela cruel, duro, asfixiante, fugaz. Sin saber hasta qué punto actúa la ficción en los relatos nos atrevemos a decir que lo escrito en las páginas no obstaculiza para nada el contacto de los pies con la tierra. Es para el lector que guste de entender lo que vive con quienes lo rodean. No es literatura para escapar de la realidad, es literatura que se topa de frente con ella.

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